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viernes, 15 de marzo de 2013

Nyepi, Año Nuevo Hindú en Bali

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         En marzo de 2013 pasé el año nuevo hinduista en Bali con unos amigos. Esta festividad se llama “Nyepi” y es día festivo a nivel nacional en toda Indonesia. Como caía en martes decidimos disfrutar del puente en aquel paraíso llamado Bali. Seis amigos de diferentes nacionalidades tomamos el avión desde Yakarta a Denpasar (aeropuerto balinés) el jueves por la noche. Todo estaba listo y era perfecto: uno de nosotros tenía un par de casas en zonas diferentes de la isla y nos invitaba a disfrutar con él de aquel exótico año nuevo del que jamás habíamos oído hablar y del que, hasta que pisamos la isla, sabíamos muy poco.




La generosidad y hospitalidad de nuestro amigo fue inmensa. Pasamos cinco noches en su villa de Candidasa en el este, y una noche en Seminyak, al oeste. Esta última zona recuerda a una Tarifa con un ambiente turístico, surfero y lleno de restaurantes y tiendas. La otra, apartada y más rural, es un prototipo de calma, relax y de acercamiento a la cultura local.


Fueron unas vacaciones fabulosas de risas, baños en la piscina, juegos, buena comida y excursiones. Visitamos en un par de ocasiones una de las playas más bellas e inaccesibles: white sand beach. Alquilamos motos y alcanzamos la cimas de las colinas del este para ver la costa y las plantaciones de arroz dispuestas en perfectas terrazas verdes y encharcadas. Probamos por primera vez a hacer surf. Vimos algunos de los atardeceres más espectaculares y visitamos templos tan impactantes como el de Uluwatu en el borde de un acantilado o el Tanah Lot cavado en una enorme roca en el mar. Nuestro último día fue el de Nyepi.


Yendo de paquete en la moto que conducía mi amigo Marco vi con asombro como después de bordear decenas de curvas de vértigo que nos guiaban a poblados de las colinas balinesas, la preparación de esta “noche vieja” iba tomando forma. En Bali, el 97% de la población es hinduista. La minoría restante se divide entre musulmanes y cristianos. Los balineses sobrevivieron a la expansión islámica que se inició varios siglos antes con los primeros mercaderes indios que arribaban al archipiélago. Hoy por hoy, mantienen con orgullo su idiosincrasia, su religión y su manera de hacer las cosas. La noche antes de Nyepi, los balineses divididos en poblados, comunidades y familias comienzan a construir interesantísimas estatuas de cartón piedra. Representan dioses y malos espíritus de la tradición hinduista. Suelen ser bastante grandes, de unos 3 o más metros (aunque también hay que resaltar el mérito de aquellas imágenes más pequeñas realizadas por niños). Los enormes e iracundos ojos, los afilados dientes, sus posiciones en pleno movimiento, sus garras y sus músculos contraídos no dejan indiferente a aquél que lo contemple. Los construyen sobre andas o varales echos con cañas de bambú entrecruzados como si de un trono o un paso de semana santa se tratara.




A partir de las 6 de la tarde, coincidiendo con el atardecer, los autóctonos comienza masivas procesiones llevando sobre sus hombros miles de imágenes de los malos espíritus por las calles de toda la isla. Nosotros nos perdimos el desfile propio de Seminyak, pero fue desde el coche, alrededor de las diez de la noche cuando, en nuestro camino a Candidasa, pudimos contemplar aquellas aglomeraciones que disfrutaban viendo las espectaculares estatuas desplazarse una tras otras portadas por sus creadores.

Cuando llegamos a casa de nuestro amigo, aquel pueblo ya había concluido su procesión y aunque la costumbre manda que esas coloridas figuras sean quemadas para así eliminar a los malos espíritus, algunos se empeñaron en conservarlas ya que el esfuerzo y trabajo invertidos durante los últimos días parecía superar a la superstición.

Es entonces cuando comienza la fiesta. Los hombres por un lado y las mujeres por otro. Las comunidades se reúnen en estructuras techadas sin paredes con un claro estilo balines. Allí se acometen celebraciones religiosas, encuentros familiares y de la comunidad, fiestas, conciertos, la construcción de las esculturas, etc. Bebían alcohol local, comían, se reían y bailaban. La música era la de la radio o la de sus móviles. Lo mismo sonaban los Gipsy Kings, reggaeton o música pop estadounidense. En este contexto de intromisión occidental con música y aparatos extranjeros, los asistentes a la fiesta vestían su ropa tradicional sin que faltar el elegante pañuelo anudado en la cabeza. Para el turista esto podría ser decepcionante ya que no tocaban su música tradicional ni bailaban una danza tribal. Pero esa no es la realidad. Ellos con su ropa disfrutaban con la música que habían elegido, del mismo modo que una guapa jerezana vestida de flamenca baila ritmo latinos a las tantas de la madrugada en alguna caseta de su feria... por mucho que a algún extranjero le agradaría fotografiarla sobre el albero improvisando una bulería (que también se ve).


La diversión y el exceso estaban servidos. Era año nuevo y había que aprovechar al máximo ya que al día siguiente era Nyepi. Nyepi es el día del silencio y del recogimiento. Desde las 6 al amanecer y durante las siguientes 24 horas, estaba prohibido trabajar, salir de casa, encender fuego, hablar fuerte, realizar actividades lúdicas, ir a la playa, escribir... y para muchos rigurosos hinduistas, ni hablar ni comer. Esto lo respetaban el resto de minorías religiosas y también los turistas a los que se les permitía poco más que permanecer en casa, con luces tenues que no pudieran ser intuidas desde fuera, sin música ni voces altas (a no ser que se hospeden en hoteles de lujo). Para asegurarse de ello, las comunidades locales denominaban a los “Pecalang”, una especie de policía religiosa elegida para la ocasión que patrullan las aldeas siendo los únicos con licencia para transitar las calles.

La razón detrás de esto es que en la “noche vieja” de Nyepi, los espíritus malignos representados en las imágenes cremadas, vuelan sobre la isla de oeste a este buscando almas a las que maldecir... Como toda la isla permanece en silencio y a oscuras, dicho espíritus son engañados pensando que no que la isla está desierta y pasan de largo.

En la mañana de Nyepi nos despertamos alrededor de las diez de la mañana. Había llegado el día más esperado: el de no hacer absolutamente nada, el del relax total. Aprovechamos las primeras horas de la jornada para disfrutar del sol y de la piscina antes de que un chubasco de media tarde acelerara el atardecer. Una señora que trabajaba y conocía a la familia de Marco desde hace años accedió a cocinar para nosotros como un favor extraordinario aquel día. Entró y se marcho casi de puntillas en la casa y ya no vimos a nadie más hasta la madrugada. Entre nosotros cada uno realizaba la actividad que más le apetecía: una partida de ajedrez, la lectura de un buen libro, una gratificante siesta o escribir anécdotas como ésta. No nos habíamos dado ni cuenta, pero ya era de noche. Teníamos prohibido encender luces que pudieran divisarse desde fuera, de modo que salvo una habitación con espesas cortinas, el resto de la casa permaneció en una oscuridad tan sólo interrumpida por la penumbra que proyectan pequeñas velas. No habíamos preparado las maletas y depositamos todo lo que encontrábamos con la ayuda de la luz de nuestros móviles en el dormitorio encendido.

Nos tumbamos en el jardín bajo el cielo plagado de estrellas inmaculado de contaminación lumínica. Estrellas fugaces, historias, anécdotas que contar y un baño en la piscina antes de ir a dormir. Una vez en el agua fue imposible no alzar la voz más de la cuenta. Llamaron a la puerta. Era un Pecalang... nos avisó de guardar silencio o de lo contrario llamaría a la policía. La fiestas se había acabado. Era momento de acostarse.

No era ni media noche, pero a las tres y media de la madrugada nos esperaba un taxi para llevarnos al aeropuerto. Nuestro vuelo partía a las seis y media de la mañana y conducir durante aquella sagrada noche era nuevamente un gran favor personal. No sabíamos, sin embargo, que la rigurosidad de las reglas del año nuevo balinés duraban hasta las 6 de la mañana...

Un primer grupo de “policías religiosos” nos impidió seguir nuestro camino por aquellas rutas sumidas en espesa sombra y soledad. El conductor les convenció para que nos dejaran continuar nuestro camino y aceptaron. Más adelante, un nuevo obstáculo. En este caso ninguna persuasión tuvo frutos. No desbloquearían la carretera hasta las seis. Tratamos de buscar una carretera secundaria en su lugar. Un nuevo grupo de Pecalangs nos prohibió el paso y decidimos volver a la carrera principal y esperar allí. Según los datos de nuestro vuelo, el mostrador cerraba a la misma hora que abrirían la barrera de la autopista. Parecía imposible llegar a tiempo. Poco a poco, dejamos de ser el primero de los coches en toparse con aquel obstáculo. Finalmente aceptaron dejarnos pasar a las 5:45. En tan sólo quince minutos recorrimos un camino que, en condiciones normales, se tarda treinta. Para nuestra sorpresa, el aeropuerto había permanecido cerrado hasta ese instante y nuestro vuelo atrasado hora y media. Lo habíamos conseguido. Habíamos superado la prueba del Nyepi.

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